Volver a casa me llena de energía. En la capital se echa de menos las cenas con sidra o txakoli, rememorar las cosas que hacíamos de pequeños, hacer turnos para cocinar o fregar, que alguien se preste voluntario para sacar los cubatas, los vasos de sidra y no de tubo y muchos pequeños detalles que me dejo en el tintero.
Y lo mejor de esas cenas son los postres, que siempre hay algún souvenir de sus últimos viajes. Esta vez Ane nos trajo un puro habano como los que fuma Fidel Castro, y aquello dio mucho de sí durante toda la noche.
Pero sobre todo, bailar, bailar y bailar en la mejor de las compañías, haciendo el idiota sin tener ninguna otra preocupación que cuál será la próxima canción.